lunes, 3 de diciembre de 2012

EN LO QUE DURA UN PARPADEO


                                              EN LO QUE DURA UN PARPADEO
Adaptado por Mercedes Cavanillas de San Segundo. del relato del artículo “En lo que dura un parpadeo”, de
Francisco Duque, Carolina Coto, Silvia Acosta, publicado en Infocop, Agosto 2008

En diciembre de 2006 mi familia y yo tuvimos un grave accidente, en el que mi marido y
nuestro hijo de 5 meses fallecieron.
Es difícil expresar los sentimientos, los pensamientos, las sensaciones que aparecen
cuando vives un accidente de tráfico, porque es una experiencia por la que nunca has
pasado, no sabes nombrar las sensaciones porque sencillamente nunca antes las habías
vivido. No entiendes mucho de lo que pasa porque tu mente no está preparada para
recibir esa información.
Yo iba conduciendo, parpadeé y desperté en una ambulancia. No hay nada en medio.
Abrir los ojos y estar en otro sitio, un sitio que no es bueno, en el que no deseas estar y
separada de ellos. Ahora sé que la diferencia entre estar vivo o muerto es un parpadeo,
un instante, no se ve venir, es un segundo que rompe tu vida.
En mi caso perdí el conocimiento a causa del impacto, y al despertar no entendía
absolutamente nada. No sólo despiertas del estado de inconsciencia, sino que despiertas
a un mundo nuevo, con otras reglas y otros personajes, desprovista de normas, pautas o
señales que te digan cómo sentirte o cómo actuar.
Varias personas con las que he tenido oportunidad de hablar y yo misma, coincidimos en
una primera sensación de irrealidad. Se suceden varios pensamientos muy rápidos, pero
ninguno parece relacionado contigo, ni con algo posible en tu vida. No tiene significado. Y
entonces, aparece una fuerte necesidad de negarlo, tanto que incluso lesionada intentas
comportarte con normalidad, como si no fueses tú la persona afectada.
Lo primero que hice fue preguntar que había pasado, y me dijeron que había tenido un
accidente. -No, no es verdad, ¿cómo voy a tener un accidente y no darme cuenta?- Pensé
que quizá estaba soñando y quise despertarme
Intenté incorporarme porque mi hijo me necesitaba, pero mi cuerpo no respondía, tenía
frío y no podía moverme, levanté ligeramente la cabeza y me vi llena de sangre. Fue ese
el momento en el que me di cuenta de que no era un sueño, que algo había pasado.
Tras este primer instante empieza una verdadera travesía para la persona. Es como un
puzzle que tienes que hacer, mientras te suben y bajan, medican, inmovilizan, etc..
Necesitas información -las piezas del puzzle- no porque estés preparada para unirlas sino
porque necesitas algún asidero, algo que te ayude a entender.Y en este punto quiero hacer hincapié porque considero que la labor del personal sanitario
es fundamental. Es verdad que ante una situación de peligro para la vida de una persona,
la prioridad debe ser precisamente esa, el tratamiento sanitario y médico, cuidar el
cuerpo, pero es importante no olvidar a la persona que hay dentro de él.
Carezco de información suficiente sobre el funcionamiento del personal sanitario y de
seguridad ante una situación de emergencia, como para valorarlo, pero lo cierto es que en
mi caso, sucedieron algunos hechos que no me ayudaron, todo lo contrario, me
perjudicaron y aún hoy, me duelen.
Lo que me motiva a escribir sobre aquello, es la confianza de que mi testimonio pueda
ayudar aunque sea un poco, o aportar "pistas" a los y las profesionales que en general,
trabajan en situaciones de emergencias.
Seguramente son cosas que muchos ya han tenido la oportunidad de aprender en su
desempeño profesional, o que han leído o escuchado, pero aún así siento la
responsabilidad de intentarlo.
En primer lugar, el personal que te atiende en un accidente de tráfico (sanitarios, policías
bomberos, etc.) tiene mucha más información de la que tiene la persona accidentada, no
sólo datos importantes, sino cosas que en principio pueden parecer pequeñas, pero que
ayudan orientarse: la hora que es, dónde estás, dónde vas, qué ha pasado, etc. Y no me
refiero a la comunicación de una mala noticia, como pueden ser los fallecimientos, las
lesiones graves, etc. sino a cosas leves, que ayudarían a recolocarte en ese nuevo
mundo.
La desorientación es grande, pero lo más grave es que la persona accidentada sigue
funcionando con las mismas pautas y esquemas de pensamiento, aunque en esta nueva
situación está desajustados. Eso no significa que dejes de pensar, o que dejes de tener
sentido común, sino todo lo contrario, recibes la poca información que te llega y le das
vueltas, la gastas de tanto pensarla, intentas encontrarle su significado, más allá de las
palabras.
Esto es importante porque las palabras que pudieran tener un ánimo de tranquilizar a la
persona, pueden no hacerlo, especialmente cuando los mensajes que te envían unos y
otros son contradictorios entre sí. El hecho de que los y las profesionales se pongan de
acuerdo en que decir y cómo es muy importante a la hora de comunicarse en una
situación así. Es comprensible que en ocasiones no haya tiempo, pero el efecto que
produce en la persona atendida puede ser devastador.
Las horas siguientes al accidente recibí muchos y muy diferentes mensajes sobre el
estado de mi familia. Unos me dijeron que igual que nosotros nos estamos ocupando de
ti, otros se están ocupando de ellos, otros, que en el hospital en el que yo estaba no había
suficiente sitio para los tres. La Guardia Civil me preguntó como si no supiesen nada del
accidente, en ningún momento me dijeron que había otro coche implicado que nos sacó
de la carretera, e incluso llegaron decir que en el lugar del accidente no había ninguna
otra persona y menos un bebé. Todas estas contradicciones lejos de tranquilizar, crean
una enorme sensación de inseguridad y de miedo imaginas lo peor, pero al no tener
pruebas, lo niegas, y vuelta a empezar de la forma más angustiosa y temible.Supliqué información durante horas. Pero nadie me la dio, así que sabía que la situación
era muy grave. Cuando pensaba que habían muerto, me decía a mi misma: no seas
dramática, seguro que no, pero estarán graves o a lo mejor como yo y de nuevo volvía a
suplicar que me llevaran con Jorge que necesitaba la voz de su madre, que estaría
asustado. Cada vez me esquivaban más y yo cada vez tenía que hacer más esfuerzo
para convencerme de que no podían haber muerto los dos.
En el hospital, me dejaron sola la mayor parte del tiempo. Notaba cómo me esquivaban y
sólo hacían acto de presencia para inyectarme más sedantes y analgésicos, y yo,
mientras, intercalaba los periodos de inconsciencia, con el miedo y la soledad, en las
cerca de 7 horas más largas de mi vida.
Soy consciente de la dificultad de comunicarle a alguien que su familia ha muerto, más
cuando el resto de su familia se está trasladando al lugar pero aún está sola, pero mentir
no ayuda, contradecirse, ocultar, esquivar, e incluso zafarse de las preguntas más
directas, tampoco.
Más de un año después sigo pudiendo recuperar las sensaciones y pensamientos de ese
primer día, de las personas que me atendieron (y salvaron), los olores, la sensación en la
boca de estómago. Se han grabado en mi memoria y duelen. No es digno tener a una
persona así durante tantas horas.