En este momento hay seis mil
cuatrocientos setenta millones, ochocientos dieciocho mil, seiscientos
setenta y un habitantes en el mundo. Algunos huyen asustados. Otros vuelven
a casa. Algunos cuentan mentiras
para poder sobrevivir. Otros se enfrentan a la verdad. Algunos son hombres
malos en guerra contra el bien. Y algunos son buenos, y luchan contra el
mal.
Seis mil millones de
personas en el mundo. Seis mil millones de almas. Y a veces solo necesitas
a una.
En días como hoy que no salgo a
perseguir amores nocturnos, los dejo libres a momentos, y me permito
respirar sin pensar. Días como hoy donde el aire huele a soledad acogedora y la
estrecho tan fuerte que le dejo quedarse un rato más.
Hay veces que se me acaban los sentimientos, las hojas, los
lápices. Las lámparas se quedan sin pila, los recuerdos se van de vacaciones,
mi casa se llena de extraños y las velas
aborrecen el fuego...
Hay otras veces,
sin embargo, en que busco excusas para no escribir. Pero de repente el sentimiento de culpa se desvaneció. Lo único que quedaba era esa sensación de vacío que absorbía sus noches, para luego desaparecer lentamente camuflada en otra voz que le decía lo poco que quedaba. Y se moría por dentro. Había ido matando sus ilusiones para luego revivirlas otra vez, junto a todas aquellas sensaciones que la hacían bailar mientras metía la ropa en sus cajones, sonreír tímidamente al espejo, y coger cien mil veces el último autobús dentro de su cabeza. Sigue habiendo vacío. No era la primera vez que se quedaba con ese gusto amargo entre los labios, con esas ganas de gritar con todas sus fuerzas, de gritar(te) tantas cosas. . Pero otra vez sólo se contenta con esa vocecita que ahora le cuenta lo mucho que le gusta escucharla antes de dormir, esa que se ha ido abriendo paso entre los escombros que quedaron después de tanto amor sin desenvolver y desperdiciado en el suelo. “Ya es hora”. . se repetía una y otra vez.
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